Por: Rubén Peña Noriega
El legado del exgobernador está marcado por el colapso de los hospitales, los sobrecostos del PAE y una estructura política que convirtió la miseria en estrategia electoral.
El proyecto político de Carlos Caicedo ya no se sostiene en la ilusión del cambio, sino en una maquinaria engrasada con los recursos públicos de la salud, la alimentación escolar y la pobreza institucionalizada del Magdalena. Lo que alguna vez fue presentado como una “revolución progresista” terminó convertido en una red de intereses que ha drenado los bolsillos del Estado y el bienestar de los magdalenenses.
Según los más recientes informes del DANE, el Magdalena figura entre los departamentos donde más ha crecido la pobreza en los últimos años. Mientras tanto, los hospitales públicos se debaten entre el colapso administrativo, la falta de insumos y nóminas infladas por cuotas políticas.
En paralelo, los contratos del Plan de Alimentación Escolar (PAE) son señalados por presuntas irregularidades y sobrecostos, que parecen financiar más campañas que meriendas.
Nada de esto ocurre por accidente. El entramado de poder de Caicedo se ha sostenido en alianzas oportunistas, pactos burocráticos y el uso del aparato institucional para mantener su control territorial. Hoy, mientras prepara su salto a la campaña presidencial, también maniobra para imponer una candidata en las elecciones atípicas del Magdalena, símbolo de la continuidad del modelo que hundió al departamento en el atraso y la dependencia.
El discurso del cambio se agotó. Detrás del color naranja y las consignas populistas se esconde un poder que se reparte hospitales, contratos y cargos, mientras el pueblo sigue esperando atención médica, empleo y agua potable. Cada hospital intervenido, cada contrato del PAE, cada puesto en una entidad pública forma parte de una estructura que usa la necesidad como moneda electoral.
Lo más indignante es el contraste: un departamento empobrecido y un líder enriquecido. Mientras la gente espera turnos eternos en los hospitales o sobrevive con un PAE racionado, el exgobernador exhibe viajes por Europa, cirugías estéticas y lujos que no corresponden a un servidor público. No hay registro de actividad empresarial, ni ingresos legítimos que expliquen ese estilo de vida. Lo que sí hay es una administración que convirtió la pobreza en patrimonio político.
Los analistas coinciden: el poder de Caicedo no se libra en los debates ni en las urnas, sino en los pliegos de licitación. El caicedismo aprendió a ganar donde no hay votos: en los contratos. Así, la “revolución” terminó siendo una operación administrativa calculada, donde el cambio se mide en el número de aliados comprados y no en el bienestar ciudadano.