Santa Marta, experimento fallido
Por: María Elvira Bonilla
El actual gobernador del Magdalena, Carlos Caicedo, llegó en 2012 a la Alcaldía de Santa Marta como una fuerza política renovadora de izquierda comprometida con un cambio. Se llevó por delante la clase política tradicional samaria asociada a clanes familiares con nombres propios: Cotes, Vives, Díaz Granados, Zúñiga, Lacouture. Fue un verdadero palo electoral.
Muchos en la ciudad, no solo las bases populares en las que Caicedo tiene un gran arraigo, sino profesionales, técnicos conocedores de las realidades urbanas de la ciudad, prestigiosos jubilados con acumulación de experiencia y conocimiento que han hecho de Santa Marta un refugio amable para el reposo, estaban dispuestos a contribuir en un proyecto que sonaba promisorio, urgente para la ciudad. Hubo una esperanza.
Carlos Caicedo, con su discurso grandilocuente logró poner no solo uno, sino dos sucesores, con lo cual va a completar una década en el poder, pero además en una reñida disputa electoral con el ‘Mello’ Cotes, se quedó con la gobernación del Magdalena. Difícil un mejor escenario de continuidad para lograr resultados y cambios de envergadura y cimentar un experimento sobre postulados de izquierda, dirigido a favorecer una población empobrecida con pésimos índices en calidad de vida -vivienda, educación, salud, empleo, movilidad- que ha padecido opresión paramilitar, corrupción y la malversación sistemática de los recursos públicos.
El compromiso era claro: dar un salto para garantizarle a Santa Marta lo elemental: agua potable, redes de alcantarillado, servicios de energía y aseo, ordenamiento urbano en medio del caótico crecimiento de los últimos años. Tarea de envergadura que requería del concurso nacional, que sin duda ha sido mezquino.
Hace tres años Caicedo logró finalmente tomar control de Metroagua -una alianza de la española, William Velez y minoritaria entre el Distrito de Santa Marta- después de un manejo calamitoso sin mejoramiento de la infraestructura, succionando el recaudo. Su idea fue, a la manera de Gustavo Petro con las basuras de Bogotá, un fallido intento de armar una empresa pública: el Essmar. Con apenas tres años de existencia, la Superintendencia de Servicios públicos la intervino el año pasado reportando un déficit cercano a los $30 mil millones; localmente, dicen que se trató de una decisión política, pero los números no le ayudan al argumento.
Lo cierto es que Santa Marta sigue sin agua potable para toda la ciudad y sin una solución clara a futuro. El alcantarillado vetusto también es calamitoso. Los índices sociales en los que diez años de gobierno de izquierda deberían estar para mostrar y lamentablemente no es así.
El discurso del odio y el espejo retrovisor permanente no pueden seguir siendo la disculpa de Caicedo para no haber liderado transformaciones de fondo y ocuparse en cambio de buscar maneras para perpetuarse en el poder. La megalomanía y el caudillismo, unidos a los reflejos autoritarios terminan arrasando con cualquier propósito. A esto se unen los rumores de corrupción con coimas y contratistas amañados que rondan a la actual alcaldesa, Virna Johnson, decidida a enterrar su pasado humilde con propiedades de lujo y ostentación.
Triste final el de un proyecto que parecía promisoria y terminó en frustración.
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