Con palabras cuidadosamente escogidas, el presidente Gustavo Petro despidió públicamente a Laura Sarabia, la mujer que por más de dos años fue uno de sus principales soportes en la campaña y en el Gobierno. “Vital en la campaña por su orden y disciplina”, la llamó. “H ormiguita organizadora”, dijo con tono afectivo, como quien reconoce el trabajo silencioso que hay detrás del poder.
También resaltó su mente ágil, su capacidad para captar con rapidez y su crecimiento intelectual. “La mente rápida que se enriquece con mucho estudio”, anotó. Pero entre las líneas del mensaje, el presidente dejó una advertencia ideológica con aroma a reproche: “Hay que poner el corazón en los más pobres, en lo justo, nunca dejarse conquistar por la codicia. La codicia es la enemiga de la revolución y de la vida”.
¿Un consejo honesto? ¿Un mensaje cifrado? ¿O un intento de cerrar con dignidad una salida incómoda?
Porque más allá del adiós diplomático, es imposible ignorar que Laura Sarabia ha estado rodeada de controversias, investigaciones y secretos que nunca terminaron de aclararse. Desde el escándalo de polígrafo con su exniñera, hasta las movidas de poder dentro del DPS, su nombre ha estado en el centro de varias tormentas.
Petro cerró con una frase cargada de simbolismo personal: “Espero que hoy Laura sea una mejor mujer de la que era cuando me conoció. Buen viento y buena mar”.
Pero la pregunta que flota es otra: ¿por qué se va realmente Laura Sarabia? Porque cuando en la política hay tantos elogios, a veces lo que reina es el silencio que encubre.
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