Hoy el mundo amanece distinto. Se fue un líder, una voz, un símbolo. Murió el Papa. Y aunque ya lo sabíamos, aunque lo anunciamos a primera hora, sigue siendo difícil escribirlo en pasado.
No importa si eres católico, creyente o no. La figura del Papa trasciende la religión. Es una guía espiritual para millones, pero también un referente moral, un rostro de consuelo en tiempos de incertidumbre, y un recordatorio de que, en medio de tanto ruido, aún hay voces que llaman a la paz, a la compasión, al perdón.
Desde Santa Marta, donde muchos se detienen a mirar al cielo con preguntas, también sentimos su partida. Porque su mensaje llegó hasta aquí: en los barrios, en las iglesias, en las palabras de quienes aún creen que el amor al prójimo no es una utopía.
Hoy no solo murió un hombre. Murió un líder que dedicó su vida a tender puentes, a hablar de fraternidad, a incomodar cuando tocaba y a arrodillarse con humildad ante el dolor humano.
Y aunque su silla vacía en Roma quedará como un símbolo del vacío que deja, su voz seguirá en los libros, en los gestos, en los silencios que nos enseñó a valorar.
Descansa en paz, Santo Padre. El mundo sigue… pero conmovido.
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