El peso del deber: desmayos de militares y policías en actos públicos abren debate sobre su salud
Durante el sepelio de Miguel Uribe, un militar de la guardia de honor se desplomó en plena ceremonia. No es un hecho aislado: en desfiles militares, actos protocolares e incluso eventos oficiales, no es raro ver cómo uniformados, obligados a permanecer inmóviles durante largos periodos bajo el sol o en condiciones extremas, terminan colapsando.
El rigor de la disciplina y el compromiso con el deber son incuestionables, pero cabe preguntarse: ¿es necesario llevar el cuerpo hasta el límite?
Las altas temperaturas, la deshidratación, el estrés físico y la presión por no romper la formación son factores que pueden desencadenar desmayos y otros problemas de salud. Esto no solo pone en riesgo al uniformado, sino que puede afectar el desarrollo de los actos que buscan precisamente mostrar orden y respeto.
¿Por qué no establecer turnos más cortos, rotaciones entre el personal o asignar estas funciones a quienes tengan una condición física óptima para soportar largas jornadas en condiciones exigentes? Las ceremonias y honores no perderían solemnidad, pero sí ganarían en humanidad.
El uniforme no convierte a una persona en invencible. Militares y policías son seres humanos que merecen condiciones que cuiden su salud, incluso en medio de la más estricta formalidad. Porque el verdadero honor no está en aguantar hasta el colapso, sino en preservar la vida y la dignidad de quienes sirven al país.
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