Que el ingenio no se nos vaya: Colombia necesita a sus jóvenes ingenieros aquí
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Por: Yerly Mozo Ingeniera Civil |
En Colombia, miles de jóvenes de colegio están por tomar una de las decisiones más importantes de sus vidas: ¿qué estudiar? Algunos sienten vocación, otros aún no han encontrado una razón para apasionarse. Entre tantas opciones, hay una que transforma el entorno, resuelve problemas reales, innova y construye futuro: “LA INGENIERÍA”.
Sin embargo, hoy persiste una barrera silenciosa que aleja a muchos talentos de este camino: el miedo a las matemáticas, los cálculos y la física.
Lo hemos escuchado de boca de jóvenes por graduarse de bachillerato y jóvenes ingenieros que ya recorrieron ese trayecto: “Los fundamentos son importantes, pero sin conexión con la vida real, se vuelven un muro infranqueable”. Por eso, es momento de abrir un debate profundo:
¿cómo lograr un equilibrio entre la teoría y la práctica, entre los conceptos abstractos y la motivación genuina de transformar a Colombia y desde allí al mundo?
En las aulas de colegio, los estudiantes aprenden a resolver integrales sin saber cómo esa herramienta puede salvar vidas en un puente bien calculado, o cómo una ecuación diferencial puede optimizar el uso del agua en una comunidad vulnerable.
Necesitamos mostrar la aplicabilidad de una integral y una derivada con proyectos reales, desafíos sociales, robótica, diagnóstico de barrios, prototipos sencillos y experiencias inmersivas donde “EL INGENIO” sea el protagonista.
Las universidades también deben repensarse: asumir el reto de formar no solo expertos en fórmulas, sino profesionales que comprendan el impacto social de su trabajo. No se trata de eliminar la teoría, sino de articularla con la práctica desde el primer semestre, con programas de primer empleo, competencias reales, experiencias comunitarias y motivación continua. Un estudiante no abandona cuando entiende para qué sirve lo que aprende.
Los colegios, por su parte, deben establecer un diálogo real y activo con enfoque en la práctica. Más allá de los libros y los exámenes, los estudiantes deben poder tocar la ingeniería, inspirarse con ella, sentirla de cerca y enamorarse a través de proyectos que construyan comunidad: armando, diseñando, resolviendo problemas reales, de su entorno, de su municipio, de su ciudad o del país con los recursos que tienen a su alcance.
El conocimiento se vuelve propio cuando también es divertido, cuando se conecta con la curiosidad de crear y mejorar lo que nos rodea. En mi caso, ha sido construir: no solo vías, empresa o fundación, sino construir una causa que hoy sigue siendo un gran reto para Colombia: un país libre de maltrato animal. Como ingeniera, fui parte de un momento histórico cuando como coautora ciudadana se logró que con una Ley se reconociera que “los animales son seres sintientes, no son cosas” y se creara el delito de maltrato animal. No fue fácil, pero mi profesión fue vital para lograrlo. Porque la ingeniería no es solo técnica: también es una herramienta de transformación social.
Este escrito nace del diálogo con jóvenes ingenieros, que ya pasaron por esas aulas donde se luchaba con los números sin saber para qué servían. Y todos coinciden en algo: lo que más los motivó fue ver la teoría convertirse en práctica, ver que su esfuerzo tenía propósito.
No podemos permitir que más jóvenes renuncien a su potencial por miedo a una fórmula. La ingeniería no es solo cálculo: es ingenio, es propósito, es la oportunidad de transformar el mundo con las manos, la mente y el corazón.
Y es que Colombia necesita con urgencia una nueva generación de ingenieros capaces de encontrar el equilibrio entre el desarrollo, lo social, la protección de la naturaleza y el bienestar de los animales. Ese equilibrio no es un lujo: es una necesidad vital. Pero para lograrlo, se requieren oportunidades concretas: empleo digno, emprendimiento con respaldo, e inclusión real del talento joven en el gobierno, en la empresa privada y en todo el aparato estatal.
El país necesita el ingenio de sus jóvenes aquí, no afuera. Necesitamos darles razones para quedarse. Que no sigamos formando cerebros brillantes para exportarlos donde son muy valorados, mientras en Colombia siguen esperando soluciones que solo el conocimiento y el ingenio puede brindar.
No podemos permitir que en Colombia siga creciendo de manera exponencial la fuga de cerebros!
Sobre la columnista:
Ing. Yerly Mozo
Ingeniera Civil – Universidad Piloto de Colombia
Especialista en Estado, Políticas Públicas y Desarrollo - CIDER Universidad de los Andes
Certificada en Administración de Negocios – Heriot Watt University en Edinburgo
Ex vocal Junta Directiva Sociedad Colombiana de Ingenieros
Autora del libro Protección de los Animales en Colombia. Perspectivas Jurídicas, Políticas, Económicas y en el Territorio.
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